Es cierto que en verano, cuando el peso de la responsabilidad parece aligerarse, es de agradecer tomarse un respiro y alejarse, respirar el aroma del paniquesillo, invertir el tiempo en algo nuevo u olvidado, bañarse en el mar y retozar en la arena, reconciliarse con el sofá o acompañarse de personas que habitualmente no están.
Hay que reconocer que entonces –sin culpabilidad alguna–, no ir a ensayar es un descanso necesario. Los sábados ya no hay que levantarse temprano y cruzar la ciudad entera para cantar con la voz dormida. Los miércoles dejan de ser el corazón de la semana para convertirse en un día más. En verano, el curso acaba por fin de la misma forma en la empezó; con entereza. Dejándonos el mejor sabor de boca tras las giras, y mil anécdotas para recordar después, una y otra vez.
En esta pausa obligada que vivimos ahora pienso mucho en todos vosotros. Ocurre algo curioso, parecido a lo que siento cuando convivimos piel con piel durante semanas. Algo que no está en el día a día, cuando simplemente somos cordiales. En los viajes se produce otro fenómeno: afloran amistades que nos llenan de alegría y que fugazmente se van, para después resurgir en el verano siguiente. Si bien la convivencia nos agota, no ha habido vez en la que no hayamos acabado con el corazón hinchado. Nos une fuertemente la certeza de compartir algo importante. Cuando cantamos, nos miramos cómplices. Nos queremos, a pesar de todas esas diferencias que a veces creemos que nos separan. Todos y cada uno de nosotros formamos parte del otro, porque esa es la esencia de un coro.
Durante estos días he mirado una y otra vez nuestras fotos. He recordado cosas de las que ya no me acordaba y he rumiado esos recuerdos una y otra vez. He dormido escuchando nuestras voces. He tenido sueños extrañísimos en los que aparecíais haciendo cosas que definitivamente no haríais en la realidad –o al menos eso creo. Nico, ¿no tienes un hermano pequeño que es exactamente igual que tú pero en diminuto (como de 20 centímetros de alto), verdad? Y Andrés, ¿a que no hemos sido novios nunca ni hemos paseado por un acantilado? Tengo que decirte que en sueños no nos iba nada bien como pareja–.
Os he echado de menos como nunca antes. Me he preguntado cómo estaréis o qué estaréis haciendo. Y he llegado a la conclusión de que habitualmente no nos damos cuenta de lo importantes que somos para el resto, ni de lo importantes que son los demás para nosotros. Ahora es inevitable no percatarse; he comprobado que a pesar de estar tan lejos nunca dejáis de estar conmigo.
Pero como he dicho antes, la esencia del coro es que sois parte de mí y yo de vosotros, y quiero deciros que aunque no pueda miraros a los ojos, si pudiera asomarme a la ventana y hacerlo, sé que vería la misma complicidad que veo cuando estamos juntos. Así que cuando canto en la soledad de mi cuarto puedo cerrar los ojos e imaginar que estáis ahí. Cuando escucho Dos olas es como si esas olas me llevaran; cierro los ojos y no puedo evitar ponerme a cantar y sentir que estoy cantando con vosotros.
Irene López de Guereña
Día del Libro 2020